Había sido una noche extremadamente apasionada. Estaba agotada, cada músculo de mi cuerpo estaba adolorido, mi piel todavía con restos de sudor y jugos afrodisíacos, pero qué sensación más deliciosa.
Mis brazos no habrían podido sostenerme y mis manos no tenían la fuerza ni de levantar una tasa de café. Igual no pensábamos beber ni comer nada aún.
Amanecía pero todo estaba oscuro. El aroma de amor, de cuerpos, de mujeres, de deseo, impregnaba cada rincón de la alcoba. Las sábanas eran un nudo en alguna esquina de la cama. El cuarto estaba aún tibio, nuestros cuerpos aún calientitos, reposando luego de una maratón de amor que había empezado casi 12 horas atrás. Éramos fuertes, jóvenes, fogosas, teníamos toda una vida por delante, pero aún no podíamos ni queríamos desperdiciar ni un segundo cuando estábamos juntas, y generalmente nos ocupábamos con gran empeño y esmero en hacer el amor, sin parar, por horas hasta casi perder el conocimiento.
Mi chica estaba profundamente dormida, podía escuchar y sentir su respiración, un suspirito ocasional o un gemido, eran parte de su descanso. Tenía la mitad de su cuerpo sobre el mío. Su cabellera larga desparramada sobre mi abdomen, sus manos colocadas una en mi pecho y otra entre mis piernas. Eso me mantenía excitada aún cuando dormíamos.
Al principio llevábamos una bitácora del número de veces que llegábamos, de las posiciones más efectivas, más eróticas, más extrañas, pero ahora simplemente hacíamos de todo y no anotábamos, era tanto…
Teníamos que ir a estudiar y a trabajar, ambas con cara de noche volcánica por pasión y un poco de almohada. Deambulábamos como zombies risueñas toda la mañana. Y así cada día, noches húmedas, intensas, calurosas, de hambre sexual inagotable e insaciable.
Los vecinos ya se habían levantado, podía escuchar sus actividades matutinas, voces, cacerolas que entrechocaban, ¡estaba tan cansada! Creo que volví a quedarme dormida, aunque era más un tipo de sopor, profundo, total.
De pronto y muy a lo lejos, el timbre. Recuerdo preguntarme, ¿quién en su sano juicio tocaría a estas horas y en esta oscuridad? Volvió a sonar el timbre y ahora con más insistencia. Ya había despertado un poco, la curiosidad pudo más que mi agotamiento.
Al ratito unos golpes nerviosos en la puerta de la alcoba y la voz de la señora que se encargaba de los menesteres de limpieza y cocina me terminó de despabilar con un sobresalto que casi me para el corazón.
-¡Seño! ¡Seño! ¡Sus Papás!
A pesar de estar acostada sentí cómo las piernas se me hacían gelatina, mi respiración se detuvo y trataba desesperadamente de darle sentido a esa llamada de urgencia.
Generalmente pasábamos las noches juntas en su casa, que en realidad era la de los Papás de mi pareja. El detalle álgido era que ellos no sabían nada de nuestra relación y yo no les era muy querida, más de algo sospechaban y no nos llevábamos nada bien. La ropa la habíamos dejado desperdigada en la sala, cocina, comedor, baño, pasillo, sólo habría faltado la cochera y el frente en la calle. Estábamos completa y absolutamente desnudas.
Mi chica estaba profundamente dormida. No fui nada gentil, ya sabiendo de qué se trataba la situación y le grité sacudiéndola un poco: ¡Despierta! ¡Por favor, que tus Papás están afuera, ahora mismo! – no entendía, no razonaba, sólo se me acercó más y quiso acariciar mi vulva, ¡era una locura!
¡Entiende mujer, que son tus Papás!
Y esta vez sí que lo comprendió. Casi ni sentí cuando ya no estaba a mi lado, pues en fracción de segundo estaba abriendo la puerta de la alcoba y corría a buscar ropa, estaba histérica. Oí cómo daba instrucciones a la mucama: - ¡Dígales que se perdió la llave y ábrales en unos minutos, hágalo! Podía ser grosera cuando se lo proponía, pero la disculpé pues esta era una situación de verdadera emergencia.
Regresó a la alcoba, estaba divina…mente angustiada, las señas de nuestra pasión marcaban su cuerpo esbelto, moreno, joven y su olor, nuestro olor era más intenso que nunca.
-¡Tú quédate aquí! Cerraré la puerta con llave. No te muevas. No hagas ruido. Ya regreso. –y así me dejó, en la penumbra de tan enloquecedor amanecer. Fue una orden corta, clara y ni una palabra salió de mi boca que estaba seca. Mi cuerpo temblaba de miedo anticipando una catástrofe.
-“Me van a matar”- pensé. “De esta si no salgo. Es el fin”. –“Oh Dios, ¿Cómo puede estar pasando esto? ¿Qué voy a hacer?”
Oí las voces de sus Padres, a pocos pasos de la alcoba, no parecía una discusión, sólo charlaban. Escuché con los nervios de punta, cómo mi pareja les invitó a desayunar mientras ella se bañaba. Poco después se oía el agua de la ducha corriendo y ya no habían más voces.
De repente, casi al borde de una apoplejía, alguien trató de abrir la puerta del cuarto. Tomé las sábanas y me cubrí totalmente. ¡Ha! Como si ello me hiciera invisible. Sudaba de terror, al otro lado alguien forcejeaba con el picaporte…y ¿si encontraban la llave? ¿Y entraban y yo totalmente desnuda, oliendo a sexo y miedo, en una cama deshecha con evidencia irrefutable de haber sido ocupada por dos y no precisamente para dormir? La cama de ¡su hija! Definitivamente quería morirme.
Empecé a rezar, me inventé oraciones y santos, tenía tantas ganas de gritar y llorar que casi no podía contenerme. Mi respiración entrecortada me parecía en extremo audible. Me dolía el cuerpo aún más por permanecer inmóvil y tensa como una tabla.
Pasaron años, los escuché hablar de nuevo, ya mi pareja, su hija, los había acompañado en el pantri y por el sonido de cubiertos y la china, supe que degustaban un nutritivo desayuno, a costa de mi salud mental.
Pasaron centurias, no aguantaba más, necesitaba ir al baño, mi vejiga iba a explotar.
De pronto alguien introdujo una llave en la cerradura y la puerta se abrió muy lentamente. Creí que me iba a desmayar, quise gritar y en el umbral apareció mi chica, en bata y con el cabello húmedo. Su sonrisa era misteriosa y su mirada pícara.
-“Se fueron”, dijo.
-“¿Sospecharon algo?”, pregunté aún en estado de shock.
-“No, sólo mi Mamá preguntó si tenía gata encerrada…y ya”.
Rio ahora con más soltura, abrió su bata, la dejó caer al suelo y se acercó a la cama. Hicimos el amor varias veces más, fue agresivo, rudo, intenso, para liberar la tensión recién pasada. No podíamos quedarnos dormidas, así que con gran fuerza de voluntad, nos dispusimos a reiniciar este nuevo día, que nunca olvidaríamos, nunca jamás.
Mis brazos no habrían podido sostenerme y mis manos no tenían la fuerza ni de levantar una tasa de café. Igual no pensábamos beber ni comer nada aún.
Amanecía pero todo estaba oscuro. El aroma de amor, de cuerpos, de mujeres, de deseo, impregnaba cada rincón de la alcoba. Las sábanas eran un nudo en alguna esquina de la cama. El cuarto estaba aún tibio, nuestros cuerpos aún calientitos, reposando luego de una maratón de amor que había empezado casi 12 horas atrás. Éramos fuertes, jóvenes, fogosas, teníamos toda una vida por delante, pero aún no podíamos ni queríamos desperdiciar ni un segundo cuando estábamos juntas, y generalmente nos ocupábamos con gran empeño y esmero en hacer el amor, sin parar, por horas hasta casi perder el conocimiento.
Mi chica estaba profundamente dormida, podía escuchar y sentir su respiración, un suspirito ocasional o un gemido, eran parte de su descanso. Tenía la mitad de su cuerpo sobre el mío. Su cabellera larga desparramada sobre mi abdomen, sus manos colocadas una en mi pecho y otra entre mis piernas. Eso me mantenía excitada aún cuando dormíamos.
Al principio llevábamos una bitácora del número de veces que llegábamos, de las posiciones más efectivas, más eróticas, más extrañas, pero ahora simplemente hacíamos de todo y no anotábamos, era tanto…
Teníamos que ir a estudiar y a trabajar, ambas con cara de noche volcánica por pasión y un poco de almohada. Deambulábamos como zombies risueñas toda la mañana. Y así cada día, noches húmedas, intensas, calurosas, de hambre sexual inagotable e insaciable.
Los vecinos ya se habían levantado, podía escuchar sus actividades matutinas, voces, cacerolas que entrechocaban, ¡estaba tan cansada! Creo que volví a quedarme dormida, aunque era más un tipo de sopor, profundo, total.
De pronto y muy a lo lejos, el timbre. Recuerdo preguntarme, ¿quién en su sano juicio tocaría a estas horas y en esta oscuridad? Volvió a sonar el timbre y ahora con más insistencia. Ya había despertado un poco, la curiosidad pudo más que mi agotamiento.
Al ratito unos golpes nerviosos en la puerta de la alcoba y la voz de la señora que se encargaba de los menesteres de limpieza y cocina me terminó de despabilar con un sobresalto que casi me para el corazón.
-¡Seño! ¡Seño! ¡Sus Papás!
A pesar de estar acostada sentí cómo las piernas se me hacían gelatina, mi respiración se detuvo y trataba desesperadamente de darle sentido a esa llamada de urgencia.
Generalmente pasábamos las noches juntas en su casa, que en realidad era la de los Papás de mi pareja. El detalle álgido era que ellos no sabían nada de nuestra relación y yo no les era muy querida, más de algo sospechaban y no nos llevábamos nada bien. La ropa la habíamos dejado desperdigada en la sala, cocina, comedor, baño, pasillo, sólo habría faltado la cochera y el frente en la calle. Estábamos completa y absolutamente desnudas.
Mi chica estaba profundamente dormida. No fui nada gentil, ya sabiendo de qué se trataba la situación y le grité sacudiéndola un poco: ¡Despierta! ¡Por favor, que tus Papás están afuera, ahora mismo! – no entendía, no razonaba, sólo se me acercó más y quiso acariciar mi vulva, ¡era una locura!
¡Entiende mujer, que son tus Papás!
Y esta vez sí que lo comprendió. Casi ni sentí cuando ya no estaba a mi lado, pues en fracción de segundo estaba abriendo la puerta de la alcoba y corría a buscar ropa, estaba histérica. Oí cómo daba instrucciones a la mucama: - ¡Dígales que se perdió la llave y ábrales en unos minutos, hágalo! Podía ser grosera cuando se lo proponía, pero la disculpé pues esta era una situación de verdadera emergencia.
Regresó a la alcoba, estaba divina…mente angustiada, las señas de nuestra pasión marcaban su cuerpo esbelto, moreno, joven y su olor, nuestro olor era más intenso que nunca.
-¡Tú quédate aquí! Cerraré la puerta con llave. No te muevas. No hagas ruido. Ya regreso. –y así me dejó, en la penumbra de tan enloquecedor amanecer. Fue una orden corta, clara y ni una palabra salió de mi boca que estaba seca. Mi cuerpo temblaba de miedo anticipando una catástrofe.
-“Me van a matar”- pensé. “De esta si no salgo. Es el fin”. –“Oh Dios, ¿Cómo puede estar pasando esto? ¿Qué voy a hacer?”
Oí las voces de sus Padres, a pocos pasos de la alcoba, no parecía una discusión, sólo charlaban. Escuché con los nervios de punta, cómo mi pareja les invitó a desayunar mientras ella se bañaba. Poco después se oía el agua de la ducha corriendo y ya no habían más voces.
De repente, casi al borde de una apoplejía, alguien trató de abrir la puerta del cuarto. Tomé las sábanas y me cubrí totalmente. ¡Ha! Como si ello me hiciera invisible. Sudaba de terror, al otro lado alguien forcejeaba con el picaporte…y ¿si encontraban la llave? ¿Y entraban y yo totalmente desnuda, oliendo a sexo y miedo, en una cama deshecha con evidencia irrefutable de haber sido ocupada por dos y no precisamente para dormir? La cama de ¡su hija! Definitivamente quería morirme.
Empecé a rezar, me inventé oraciones y santos, tenía tantas ganas de gritar y llorar que casi no podía contenerme. Mi respiración entrecortada me parecía en extremo audible. Me dolía el cuerpo aún más por permanecer inmóvil y tensa como una tabla.
Pasaron años, los escuché hablar de nuevo, ya mi pareja, su hija, los había acompañado en el pantri y por el sonido de cubiertos y la china, supe que degustaban un nutritivo desayuno, a costa de mi salud mental.
Pasaron centurias, no aguantaba más, necesitaba ir al baño, mi vejiga iba a explotar.
De pronto alguien introdujo una llave en la cerradura y la puerta se abrió muy lentamente. Creí que me iba a desmayar, quise gritar y en el umbral apareció mi chica, en bata y con el cabello húmedo. Su sonrisa era misteriosa y su mirada pícara.
-“Se fueron”, dijo.
-“¿Sospecharon algo?”, pregunté aún en estado de shock.
-“No, sólo mi Mamá preguntó si tenía gata encerrada…y ya”.
Rio ahora con más soltura, abrió su bata, la dejó caer al suelo y se acercó a la cama. Hicimos el amor varias veces más, fue agresivo, rudo, intenso, para liberar la tensión recién pasada. No podíamos quedarnos dormidas, así que con gran fuerza de voluntad, nos dispusimos a reiniciar este nuevo día, que nunca olvidaríamos, nunca jamás.
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