Llega el tiempo de compartir, de construir y crear entre dos. Pero nadie nos dice que no va a durar. Y aunque nos lo digan, no hacemos caso, no creemos lo que la lógica y el sentido común nos gritan en el fondo de nuestro entender.
Llega el momento en que tenemos cosas que ya no las compartimos, tiempo en el que ya no coincidimos, sueños que hace ya mucho deshicimos.
De tal manera que quedan dos espacios, uno al lado del otro, esperando por otros cuerpos, otros sentimientos a que ocupen ese abandonado lugar.
El viento acaricia a los ausentes, las olas tibias de mar mojan la arena que ya no guarda ni el recuerdo de un par de pisadas.
El mundo avanza como si estuviera quieto, nada pareciera seguir a pesar que el tiempo no se detiene ni siquiera por un momento.
Pienso y me angustio, me quiere tragar el torbellino de la culpa, la tristeza y la frustración.
Con el tiempo recapacito y busco paz en retiro silencioso, lejos de lo que me recuerda lo que no me gusta que sea.
Llega la noche tan temida y tan ansiada. Podría traer tantas cosas que hasta ya olvidé cómo son, pero ahora a ese momento que anuncia el fin de otro día, lo inundan canciones del recuerdo, de otras vidas, otros lugares y tiempos. Me apacigua, me ordena, con un dulce y doloroso recuerdo que permite entre sollozos, sonreír.
Compartir estos momentos, con extraños, lo prefiero a causar ira, resentimiento, pues explicar o entender, ya no quiero.
Me alienta recordar la frase que dice más o menos, hay más arrepentimiento de lo que no se hizo, no así de lo hecho. A la larga, no todo está mal o bien podría estar peor.
“De repente en mi vida hay algo que me tiene confundida, y no lo puedo evitar, puedo intentar…”